Lo primero es reducir el brillo del televisor. Una luminosidad excesiva, no sólo aumenta el gasto de electricidad, sino que es perjudicial para los ojos espectadores, especialmente en entornos que suelen estar en penumbra.
Lo habitual es que el aparato salga de fábrica con el brillo a tope. Eso implica que la imagen está constantemente cambiando de muy luminosa a muy oscura, y eso representa un sobre-esfuerzo de las pupilas, que deben cerrarse y abrirse continuamente. A menudo, basta con ponerlo por debajo del setenta y cinco por ciento, e incluso cerca de la mitad, dependiendo de las condiciones del salón.